Ciertos partidos tienen que ser buenos. Se lo sabe de antemano, no solo por la calidad de los contendores o por la significación del match –lo que este entraña para la tabla de clasificaciones–, sino, sobre todo, porque la atmósfera se ha ido caldeando en torno del futuro encuentro, el que se inicia con una aura estimulante, una energía subterránea, un mandato colectivo que los jugadores deben acatar. La expectativa y la fe de los hinchas contribuyen a que haya esos encuentros que duran, como un viejo amor, en la memoria del aficionado.
Todos sabíamos que el partido Argentina-Brasil sería el verdadero final del campeonato y lo cierto es que ha sido un magnífico encuentro en el que se ha visto jugar fútbol con empeño, pundonor, sin triquiñuelas, con un haz de jugadas brillantísimas y goles para recordar. La derrota de Argentina, aunque previsible, por la trayectoria que han tenido en esta Copa los campeones mundiales, refleja con objetividad el rendimiento de los cuadros en la cancha. Pero esto no debe tomarse como peyorativo para los albicelestes, quienes –-cerrando los ojos sobre algunas violencias inútiles como las faltas de Passarella a Zico y la de Maradona a Batista, cuando el match daba ya las últimas bloqueadas-– fueron unos rivales dignos, y a ratos excelentes, del once brasileño.
Fue una bella tarde, con las tribunas de tope a tope, hirviendo de banderas, maquinitas, hurras y música de bombos y silbatos. En el cielo, un dirigible evolucionaba entre avioncitos monomotores, como una inmensa ballena escoltada por peces pequeñitos y globos verdes y amarillos que reventaban con estruendo. Tuve, por un momento, la sensación de estar en el Brasil y me acordé de la estupefacción y el entusiasmo que sentí, hace ya un cuarto de siglo, la primera vez que asistí a un match en el estadio de Maracaná, en Río, al ver que el espectáculo de las tribunas, ese continuo carnaval, era tan exaltante y contagioso como el césped.
Los pueblos se expresan en las formas inesperadas y disímiles. La creatividad de los peruanos, por ejemplo, se ha volcado extraordinariamente en la cocina, nuestros platos, guisos, salsas, condimentos, ingredientes, revelan una fantasía y una audacia especulativa tanto más sorprendentes cuanto que somos un país pobre, donde mucha gente come mal y alguna no come. Pero aun en las aldeas más insignificantes de la costa, la sierra o la selva del Perú, los vecinos maravillarán al forastero con un orgullo culinario propio, hecho de pequeños inventos, a veces sutilísimas variantes locales de los platos nacionales.
Lo que ocurre en el Perú con la comida ocurre en Brasil con el fútbol. En ese deporte se expresa de manera privilegiada la aptitud creadora de sus gentes, la alegría, la picardía, el ritmo, la sensualidad y la gracia, esas virtudes que están, también, tan vivas y actuantes en su música. He sido siempre un admirador fervoroso del fútbol brasileño, porque es un fútbol que tiene tanto de espectáculo y de rito, de fiestas y de danza, como tiene de deporte. Y, aunque esta tarde, en el estadio barcelonés de Sarria, los discípulos de Telé Santana no jugaron el mejor partido de este campeonato –todavía creo que fue mejor su segundo tiempo contra la Unión Soviética–, el público tuvo ocasión de ver la formidable plasticidad con que ese cuadro se mueve por la cancha, a un ritmo que parece programado por una partitura, y esa combinación tan equilibrada de acción colectiva y jugadas de inspiración individual que permite al fútbol brasileño ser eficaz y preciosista al mismo tiempo.
¿Inventaron los brasileños esa expresión de ‘toque’ de pelota? En todo caso, es al futbolista brasileño al que se aplica con más justicia. ‘Tocar’ la pelota se emplea, en la jerga del fútbol, en dos sentidos. En uno, quiere decir recibirla y pasarla al instante, sin demorarse ni un segundo con ella, utilizar el pie, apenas, para desviarla en una dirección que aproveche a la propia. En otro sentido, el verbo designa una manera de llevarse la pelota entre los pies, no pateándola sino ‘tocándola’, es decir de una manera mucho más leve, suave, afectuosa, flexible, que lo que –en apariencia– pueden hacerlo con los pies.
Pues bien, el futbolista brasileño ‘toca’ la pelota de un modo inconfundible, al extremo de que no sería fácil identificar a un jugador de ese país, entre otros muchos, por la manera de progresar con el balón. Es una curiosa, extraña, fascinante relación la que parece establecerse entre la pelota y esos pies diestros: una complicidad saltarina, una coquetería rítmica, un entendimiento mágico. Ese ‘toque’ de pelota fue una de las genialidades de Pelé, y lo es, ahora, de Zico, a quien en el partido contra Argentina, aunque lo vimos fallar varios pases, le aplaudimos también media docena de corridas por el centro con una pelota que parecía prendida a sus pies por una invisible tira plástica. Y hay otra virtud que señalar en el as brasileño: las ganas de jugar, ese ímpetu con que persigue o recobra el balón, ese afán que no es el de un simple futbolista profesional –alguien que se gana la vida, con más o menos talento, pateando una bola– sino el de un hombre con una vocación, profunda para quien el fútbol es una urgencia y un placer al mismo tiempo que un oficio. Confiemos en que la lesión muscular resultante de la falta que sufrió ayer no sea grave, y lo veamos todavía en los partidos que le restan jugar en el Mundial.
Quisiera mencionar a otro jugador brasileño, que, a pesar de su discreta estatura, ayer me hizo el efecto de un gigante: Junior. No me refiero al gol que marcó, limpiamente, sino a su trabajo en la sombra de peón servicial. En un artículo anterior elogié mucho a Ardiles, que también ayer tuvo una valiosa actuación. Junior es un Ardiles, aunque menos serio, más nervioso y alegre.Parece dotado del don milagroso de la ubicuidad, pues uno lo acaba de ver abajo, despojando en una entrada maestra del balón a Maradona, como en la media cancha, atajando un avance enemigo o ideando una ofensiva, como en la puerta del arco contrario, rematando. Son jugadores como Junior, esos obreros sacrificados, los que arman a un cuadro llenando sus huecos, aceitando sus engranajes, galvanizándolo. A estas alturas del Mundial, ya casi no tiene mérito decir que el triunfo del Brasil parece tan inevitable como justo. FIN
LA MIRADA DISTINTA DE MVLL
En el Mundial España 82, las páginas deportivas del diario El Comerciotuvieron como invitado especial a Mario Vargas Llosa. Estas columnas redactadas con sobriedad y deliciosa narrativa vuelven a nuestras páginas a manera de homenaje al premio Nobel de Literatura 2010. Las entrañables columnas de MVLL ahora aparecerán en DT en las contracarátulas de los lunes. No se las pierda.
Por: Mario Vargas Llosa
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