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martes, 9 de noviembre de 2010

Estás despedido

Por Jaime Bayle - Peru21.pe 

Hace pocas semanas fui despedido de un canal de la televisión peruana.

La severa carta que me informó de tal despido alegó que yo “había violado la línea editorial del canal”.

¿Por qué o cómo había violado la línea editorial del canal?

Según la carta, yo había perpetrado tal violación al decir en mi programa que el canal de televisión le tiene miedo al presidente del Perú y está hincado de rodillas ante él.

Como no he leído un manual o un texto que describa o fije la línea editorial del canal que me despidió, debo suponer que dicha línea consiste, al menos en parte, en no tenerle miedo al presidente del Perú ni en hincarse de rodillas ante él.

Sin embargo, el contrato que me unía al canal decía explícitamente que yo tenía “plena libertad para expresar mis opiniones en mi programa de televisión”. Pero antes advertía que dichas opiniones debían ceñirse a la línea editorial del canal, de modo que mi libertad no era plena e irrestricta, se hallaba restringida por la línea editorial del canal, una línea que era incierta y borrosa y no estaba (no está, creo) expresamente delineada (o al menos no lo estaba para mí).

En cualquier caso, si nos atenemos a la carta que me despidió, fui acusado de violar la línea editorial del canal por decir que el canal estaba de rodillas ante el presidente del Perú. De lo que puede desprenderse que el canal considera que no está de rodillas ante el presidente y que es independiente y eventualmente crítico del presidente peruano.

Si el canal que me despidió es benévolo, adulón o amable con el presidente peruano, es un asunto debatible, subjetivo. Si el canal le tiene miedo o no le tiene miedo al presidente peruano, es un asunto imposible de probar, porque en este caso, cuando aludimos al canal, estamos en realidad aludiendo a su dueño, y yo no puedo demostrar de un modo irrebatible que el dueño del canal que me despidió le tenga miedo al presidente del Perú o que esté hincado de rodillas ante él o que sea adulón con él.

Solo sé lo que todo el mundo sabe, y es que el dueño del canal que me despidió es amigo del presidente del Perú. Pero eso no implica que le tenga miedo o que se arrodille ante él. Yo también me considero amigo del presidente peruano (y le tengo aprecio) y no por eso le tengo miedo ni le hago genuflexiones.

Por lo tanto, podemos llegar a dos conclusiones tentativas: el canal que me despidió no podría probar más allá de la duda razonable que yo violé su línea editorial (puesto que nunca recibí un texto que fijase claramente esa línea editorial y, por tanto, no la conocía con plena certeza) y yo (que estaba explícitamente autorizado a decir mis opiniones en el canal con absoluta libertad) no podría probar que el canal que me despidió le tiene miedo al presidente peruano y está hincado de rodillas ante él. Ambas cosas parecen debatibles o sujetas a la interpretación personal.

En esto no me cabe duda: el dueño del canal ordenó que me despidieran porque, si bien había respetado y en ocasiones aplaudido mi libertad para opinar (especialmente cuando, en la campaña de 2006, opiné con virulencia contra la candidatura presidencial del señor Ollanta Humala), ahora ya no respetaba mis opiniones o no las compartía (especialmente cuando yo apoyaba con entusiasmo la candidatura a la alcaldía de Lima de la señora Susana Villarán) o no quería que yo las siguiera emitiendo en su canal.

Lo que nos lleva a la siguiente cuestión: Si el contrato decía que yo tenía plena libertad para dar mis opiniones, ¿es justo que el dueño me despida por dar libremente mis opiniones?

Esto nos remite al viejo conflicto entre la libertad de empresa y la libertad de expresión, o entre quién manda a quién: ¿es el dueño del medio de comunicación quien decide qué se opina y qué no se opina en su empresa, o son los periodistas que trabajan en ese medio de comunicación los que deciden libremente qué se opina o no se opina en la empresa, aun si lo que opinan desafía o contradice las opiniones del dueño?

En este punto, mi posición es clara: aunque parezca injusto que me contraten para dar mis opiniones y luego me despidan precisamente por darlas, creo que es justo que el dueño de un medio de comunicación sea quien finalmente decida quién opina o qué se opina en su empresa. No soy partidario de la tesis radical según la cual el dueño de un medio de comunicación está obligado a pagarle a un periodista para que difunda opiniones abiertamente contrarias a las suyas. Si el dueño contrata a un periodista y le paga, tiene derecho de despedirlo si las opiniones de ese periodista son contrarias a las suyas o le resultan ofensivas o irritantes.

En ese sentido, creo que sería razonable decir que cuando hablamos de la línea editorial del canal que me despidió (o de un medio de comunicación en general) en realidad estamos hablando de la opinión o las opiniones políticas del dueño de esa empresa. Dicho más crudamente, la línea editorial es la opinión del dueño. Si el periodista opina de un modo consistentemente desafiante a la opinión del dueño, no veo por qué el dueño debería estar obligado a seguir pagándole.

De modo que, aunque me duela y entristezca, creo que es justo que el dueño del canal me haya despedido porque no comparte mis opiniones políticas y porque se ha sentido ofendido o humillado por mis opiniones, en particular cuando dije que su canal estaba de rodillas ante el presidente del Perú.

La lección que he aprendido es bien simple: Cuando un canal de televisión te contrata y estipula expresamente que tienes “pleno derecho a divulgar tus opiniones sin restricción alguna”, lo que no dice el contrato es que si esas opiniones no le gustan al dueño del canal, entonces serás despedido, de modo tal que podríamos afirmar que la libertad de opinar del periodista termina cuando colisiona con la opinión del dueño del medio de comunicación en el que trabaja. Puestas en conflicto la opinión del periodista y la del dueño que le paga su salario, por supuesto prevalece la opinión del dueño y el periodista es despedido.

Por consiguiente, sería más exacto que el contrato dijera que el periodista tiene plena libertad de opinar, siempre y cuando esas opiniones coincidan con las opiniones del dueño que lo ha contratado.

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